Hace unos días tuve la oportunidad de volver a ver la película Los papeles del Pentágono donde, de manera magistral, Steven Spielberg hace un alegato a favor de la libertad de prensa, poniendo de manifiesto la entereza de los profesionales y del propio editor del Washington Post, en este caso la editora Katherine Graham.

En 1971, el periódico se enfrenta al mismísimo gobierno de los EE.UU., denunciando el informe secreto que el Departamento de Defensa realiza respecto a la guerra de Vietnam.

Desde que comencé a ejercer el periodismo en Televisión Española, varias han sido las etapas políticas y sociales por las que he transitado: últimos días de la dictadura franquista, post-dictadura, transición política, gobierno de Adolfo Suárez, primeras elecciones democráticas, victoria del Partido Socialista Obrero Español, y dos de las legislaturas de Felipe González. En cada una de las etapas he visto cómo los directivos de TVE eran puestos a dedo según soplaban los aires. A pesar de los órganos que regula el medio, la televisión pública no deja de ser un instrumento político. Todos ellos, y sin excepción, acataban consignas del gobierno en aras del bien político y la seguridad del Estado.

Los periodistas aprendimos a maquillar la verdad autocensurando nuestros propios textos de la manera más digna posible, no con pocos episodios de luchas y disputas con los directivos a quienes, de vez en cuando, lográbamos colar algo, aunque solo fueran expresiones. Era la única televisión que teníamos.

Transcurrido el periodo de reconstrucción democrática y modernización del país, y siendo ya pareja del flamante Consejero Delegado del Grupo Prisa, he sido testigo de primera mano de cómo, so pretexto del bien común de los españoles, se ha reservado o serenado información comprometida de gobiernos, monarquía, banqueros y empresarios. Práctica que, salvo rara excepción, era habitual en todos los medios. Bien es cierto que cuanto más poderoso es el medio, más pretendido está, y para algunos puede resultar difícil resistirse a la tentación de la erótica del poder. En ese juego, cada una de las partes pone en valor su potencial, entonces se produce el fenómeno de los vasos comunicantes, que no es otra cosa que un clientelismo consensuado a dos bandas.

Historias como las Ben Bradlee, director del Washington Post, personaje encarnado por Tom Hanks, muestran la decencia y la autoridad que hay que mantener frente al poder. Y, en consecuencia, deja al descubierto la inmoralidad, la falta de ética, y el descaro de directivos y editores que administran la libertad de prensa atendiendo a intereses concretos en un indecente juego de poder.

Desde que se inició el proceso legal de mi divorcio, varios han sido los medios interesados en que hiciera declaraciones de la situación. Incluso recibí la propuesta de escribir un libro sobre mi experiencia de vida junto al que mucho tuvo que ver con el poder fáctico más relevante de la historia de los medios de nuestro país.

A lo largo de mi carrera profesional, en un medio tan expuesto como es la televisión, siempre he tratado de ser muy cuidadosa, por no decir exigente, en mantener mi vida privada al margen de cualquier foco de atención. Durante mi divorcio, que ya va por el octavo año, he actuado de la misma manera. No he aceptado ninguna entrevista, ni me he sentado delante de ninguna cámara, ni tampoco de ningún micrófono. Y no habrá sido por falta de ofertas.

Me he negado a exponer el despliegue de fuerzas y medios, los manejos, los modos y las maneras, a mi juicio, poco éticas y aún menos honorables, utilizados por la otra parte para impedir el acceso a las verdaderas cifras del patrimonio ganancial. Tampoco me he pronunciado sobre la impostura, la maledicencia, la deslealtad y lo humillante de sus acusaciones en la documental del proceso, como de sus comentarios públicos sobre mí.

No hace mucho tiempo, algunas colegas de distintos medios me propusieron varias entrevistas y algún que otro reportaje fotográfico. La propuesta era mi vida actual, mi opinión sobre el periodismo de hoy, el impacto de la tecnología en los medios, el actual momento político y social de nuestro país, y algunos otros aspectos sociales y culturales.

Era de esperar que también se interesaran en conocer la situación actual del divorcio. Mi opinión sobre el lamentable final del Grupo Prisa, al que, de alguna manera, he estado ligada durante sus primeros veinticinco años. Y, como no, mi opinión sobre su nuevo matrimonio.

Cuando, finalmente, decido aceptar, ninguno de los directivos de los distintos medios dio el visto bueno. Entre las diferentes razones que esgrimieron, todas ellas lamentables y bochornosas, por no decir indignas de medios que se denominan independientes y libres, hubo una que al parecer anda institucionalizándose en la profesión. Resulta que yo no soy bienvenida debido a …un pacto de no agresión…. Es decir, que publicar una entrevista mía resultaría ser una agresión.

No pretendo hacer un alegato de lo establecido por nuestras instituciones mayores en el siglo pasado, tampoco dar más importancia de la que pueda tener, si es que la tiene, a mi experiencia de vida junto al prócer. Pero el hecho nos remite, una vez más, al manido debate sobre el papel de los medios de comunicación, el derecho a informar y el derecho a saber. Entiendo que en un periodismo serio y ejercitado con rigor no existen pactos de no agresión. Este se ejerce bajo la premisa del código deontológico de la profesión, que viene a ser lo mismo que hablar de ética y respeto profesional.

De la misma manera, un periodista serio como el que nos ocupa -al menos eso hemos creído muchos- que ha ejercido su carrera arengando sobre la libertad de prensa y la libertad de expresión como pilares de la democracia -doy fe de cómo instruía, allende los mares, sobre Democracy and Freedom of Speech – no puede, ni debe, ir en contra de los mismos principios porque a él le incomode personalmente una información. Sin hablar de la incoherencia que esto supone.

A ningún periodista serio, y que se precie de serlo, se le ocurre articular una demanda millonaria contra un colega – más de ocho millones de euros – como método de coacción a su derecho a informar. Incluso lanzar “advertencias” con incrementar dicha cifra, en el caso de considerar lesiva alguna otra información al respecto. Es muy lamentable que ese periodista sea Juan Luis Cebrián Echarri.

Hay que resaltar que dicha demanda evidenció públicamente lo que todos sabíamos: que Cebrián era Prisa, y que Prisa era Cebrián, tal y como el propio escrito del Grupo viene a exponer. De ahí que su presidente, es decir Prisa, decidiera aliviar su malestar presentando una demanda por la vía mercantil por …competencia desleal… entre medios. En concreto contra el periódico digital El Confidencial. A título personal, Juan Luis formuló otro escrito apelando …al derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen… Ambas demandas fueron desestimadas, como desestimado fue su recurso a la Audiencia Provincial de Madrid.

Sin duda, la fotografía de los hechos nos remite a tiempos oscuros de nuestro país. La noticia que desencadenó las demandas, las advertencias, y el posterior recurso, apareció durante nuestro divorcio, donde el presidente del Grupo Prisa se presentó como …un jubilado sin recursos aparentes… Sí, para mí también fue una insólita y sorprendente noticia: el Grupo Prisa estaba presidido por un jubilado a tiempo parcial, quien a pesar de sus millonarios contratos – públicos y notorios – declaraba no disponer de recursos económicos. Luego supe que el estatus de jubilado lo solicitó de manera urgente antes de iniciar el plan que ya tenía armado. Y así fue: abandonó el domicilio familiar cuando la bolsa ganancial estaba a cero, con el mismo saldo dejó las dos cuentas bancarias, y puso una demanda de divorcio siendo un jubilado a tiempo parcial y sin recursos aparentes.

La incómoda información en cuestión ponía en entredicho la precaria situación económica -que tanto se había esforzado en construir- al desvelar que poseía el 2% de una petrolera que, al final de los cálculos, suponía unos seis millones de euros. La noticia también hablaba de que, además, disponía de una opción de compra adicional de un 19% valorado en catorce millones y medio.

Cuando esto salió a la luz, el divorcio seguía su curso y la sentencia faltaba por llegar. Juan Luis se apresuró entonces a presentar en el Juzgado de primera instancia la declaración de su patrimonio en el extranjero, documentación que no entregó en el momento que se nos solicitó. Se trataba del impreso M-720. También adjuntó dos contratos privados en los que aseguraba que dicho 2% había sido un “regalo” del presidente de la petrolera. Los motivos de tan generosa dádiva eran dos: …por una larga relación de amistad y de mutuo apoyo en materias personales y profesionales…

Me consta que el Grupo Prisa, una empresa del IBEX, no explicó a su accionariado, yo formo parte de él, la clase de “apoyo profesional” que recibía de una petrolera. Tampoco parece que le incomodara que su primer ejecutivo diera el mismo apoyo a dicha petrolera, en la que también era consejero, cuando su contrato le exigía exclusividad.

Debido al alboroto que causó la noticia, la tal petrolera efectúa algunos movimientos: reduce a cero el valor de la compañía y le cambia el nombre. Sin embargo, desde que tuve conocimiento de los hechos – impreso M-720 – nunca reclamé las acciones como parte de la bolsa ganancial. Solicité lo que supuso la compra de dichos valores: cinco millones de euros. Porque, al margen de los contratos que se esmeró en presentar, no tengo dudas de que se trató de una compra. De una compra con dinero ganancial.

Esa “generosa donación” no dejaba a Juan Luis en buen lugar frente a jueces y magistrados, a quienes, desde su posición de presidente del mayor grupo de comunicación internacional de habla hispana, trataba de convencer de su precaria situación económica. Una verdadera obscenidad. Sí, lo sé. Pero no es mayor que la de presentarme en el proceso como una mujer ambiciosa que, …durante veinticinco años se ha dedicado a urdir un plan para descapitalizarle en beneficio de ella y sus hijos… Para los que no me conozcan, mis hijos no son de él sino de su chófer.

He de decir que, hasta ahora, seis magistrados de la Audiencia Provincial de Madrid (otra Audiencia diferente de la que no aceptó su millonaria demanda a El Confidencial) y tres del Tribunal Supremo, compraron una parte de los argumentos con los que construyó su divorcio: admitieron y resaltaron la condición de jubilado (destacando los 1.600€ que ingresaba al mes) para eximirle de la pensión compensatoria que quince meses antes me concedió la Juez de primera instancia. En ningún momento aluden a su posición de presidente del Grupo Prisa, y en cambio hablan de un enriquecimiento por mi parte durante el matrimonio.

Tiempo más tarde, otros seis magistrados de la misma Audiencia Provincial de Madrid, compraron la otra parte: admitieron que se trata de un divorcio de mutuo acuerdo. Ignorando que, para entonces, llevábamos litigando seis años.

Si el divorcio es de mutuo acuerdo, tal y como Juan Luis se empeña en mantener desde el inicio, todos los ingresos, y las operaciones realizadas desde el abandono del domicilio familiar, “hasta la fecha definitiva del divorcio”, que es la que establece el fin a la sociedad ganancial, no son bienes gananciales sino privativos. De ahí su afán en insistir en ello.

Las dos sentencias de la Audiencia responden a los respectivos recursos de Juan Luis, aun a sabiendas de que, además, este divorcio partía de una bolsa ganancial y de unas cuentas bancarias a cero. Y a sabiendas de que llevaba más de treinta años apartada de la profesión, y no por capricho, y muy cercana a la edad de jubilación.

Por cierto, nadie entró en el trasfondo del asunto del petróleo. Se consideró privativo por tratarse de un “regalo”.

De nuevo se presenta otro debate, también muy habitual sobre la Justicia, con mayúscula, y el poder que la legisla. Por supuesto que no voy a entrar en él. No obstante, me cuesta creer que nadie por los que ha pasado ya la documental del proceso, y lo que aún pueda quedar, no perciba la evidencia, por otro lado, pública y notoria, que Cebrián era Prisa, y que Prisa era Cebrián. Circunstancia esta que, sin duda, marca una gran diferencia para las partes de este divorcio.

Es muy revelador el diálogo que mantienen Katherine Graham con su director, Ben Bradlee, en un momento del film respecto al juego de poder que se establece entre los medios y las instituciones. Ambos admiten que su relación personal con las más altas instancias determina y condiciona el ejercicio de la profesión. Y ambos concluyen que el periodismo exige elegir. Elegir entre relaciones de amistad, o defender la verdad, porque …un periodista no puede ser las dos cosas… Una defensa más a la pulcritud y al rechazo a la mentira por altas que sean las instancias que la practiquen. …Si yo no pido explicaciones, quién lo haría…, acaba reflexionando Tom Hank en el papel del director del Washington Post.

No sé si a él se le ocurriría censurar una entrevista, como la que intentaron hacerme, apelando a un pacto de no agresión. Salvando las distancias institucionales y las diferentes políticas de medios que cada país pueda tener, la película de Spielberg (2017) acaba con un discurso del juez del Tribunal supremo de los EE.UU., Hugo Black, quien, en contra de todo pronóstico, dictaminó lo siguiente:

…Los Padres fundadores han dado a la prensa libre la protección que debe tener para desempeñar su papel esencial en nuestra democracia. La prensa debe servir a los gobernados, no a los gobernantes…

Este argumento a la prensa libre bien podría ser el punto de partida para cualquier medio de comunicación que se precie en serlo.

Desde 1946, la Declaración Universal de los Derechos Humanos es muy clara respecto a la libertad de información, a la libertad de expresión, al derecho a informar y al derecho a saber. Desde 1994 Naciones Unidas recuerda cada año a través de la UNESCO los principios fundamentales y el compromiso con la libertad de expresión, e insta a los profesionales de los medios a profundizar en la reflexión sobre la libertad de prensa y la ética profesional.

Huelga decir que ni el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ni las Declaraciones de la UNESCO recogidas anualmente en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, ni el artículo 11 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, ni la propia Constitución Española, cuando hablan del derecho a la información y al buen gobierno, contemplan ningún pacto de no agresión.

Esta nueva generación de directivos parece que ha aprendido lo peor de la que les precede. El nuevo tiempo, en el que ya vivimos, no solo exige nuevos comportamientos, sino erradicar los pasados. Y esa es labor de todos en cada uno de los estamentos profesionales y sociales. Las nuevas formas y maneras solo implican retornar a lo que “es”, a lo que debería haber sido siempre: respeto a la ética, a la moral y a la verdad.

Entiendo que pueda ser peligroso para un medio poner de relieve el virulento acoso y derribo de un Goliat. Sobre todo, sabiendo cómo las gasta cuando no le gusta una información. Todo, en su conjunto, indica que son los últimos estertores, el final de una transición que parece que nunca llega.

Los periodistas sabemos que cuando una información molesta hay que insistir en ella. La irrupción de la tecnología, y el uso de internet, abrió un nuevo escenario para los profesionales comprometidos con la ética y la libertad de expresión. Sin duda, el revulsivo frente a los maniqueos y la desvergüenza del poder. Hoy, cada individuo puede convertirse en portavoz de la noticia, circunstancia que sin duda genera otro continuo debate.

Después de casi treinta y cuatro años fuera de la profesión, y con no poca inseguridad, retomo ahora el teclado por el gusto y la necesidad vital de volver a encontrarme con lo que soy. En definitiva, para contar historias sobre la vida que, de una u otra manera, cada cual decide trazar.

Como es más fácil escribir desde el conocimiento de la propia experiencia, la mía será sin duda un buen material como punto de partida. Espero que este ejercicio responda a algunas de las preguntas de mis colegas. A las preguntas que me hicieron y no fueron publicadas, a las que no pudieron hacerme, y a las que se quedaron por pensar.

Teresa Aranda Romero
Julio 2021 – Madrid